LA NUEVA NARRATIVA VENEZOLANA

A propósito del Encuentro Nacional de Escritores durante la VI edición de la feria del Libro UNICA.
Valmore Muñoz Arteaga

I
Creo no equivocarme al decir que en Venezuela no se había manifestado un crecimiento tan importante en el mundo de la narrativa nacional como en el presente. Algunos hacen mención de un boom de la narrativa venezolana, trayendo a la mente ese momento de esplendor que vivió la literatura latinoamericana durante las décadas de los 60 y los 70. Una nueva narrativa que muestra cómo han evolucionado las letras nacionales que habían decantado en la poesía sus mejores páginas.

Un boom que ha visto cómo durante la década de los 90, gracias a numerosos concursos literarios, talleres para escritores, páginas y blogs de Internet, se han venido multiplicando los nuevos actores de un proceso literario que venía en franca decadencia. Sin desmeritar, por supuesto, el inusitado interés que han mostrado importantes empresas editoriales (Norma, Random House Mondadori, Alfaguara, Planeta, entre otras) y otras emergentes como Fundación para la Cultura Urbana, por difundir y promover a esos escritores noveles. Pareciera que, por alguna razón que desconozco, hay un mayor atrevimiento a la hora de publicar. En cierta forma, las universidades también han colaborado en la proyección de jóvenes profesores que han acudido a la narrativa como un modo de expresión. Y, sin duda alguna, las revistas literarias impresas y virtuales, cuya colaboración con los que se inician es ya clásica.

Es bueno acotar aquí que, si bien es cierto, importantes casas editoriales se han interesado en publicar a los nuevos narradores venezolanos, debemos decir que no han mostrado mayor interés en darle publicidad a los mismos. En proyectarlos a nivel nacional e internacional. Publican libros, los dejan en las librerías y ahí termina todo, que el libro se defienda solo. La más de las veces todo ese esfuerzo por consolidarse en el mercado literario, termina entonces frustrado y amontonado entre otra pila de esfuerzos que son rematados indiscriminadamente. Seguro aquí saltará algún romántico trasnochado a afirmar que uno no escribe para vender ni para que su libro se vuelva un best sellers. Quizás otro diga que el escritor termina escribiendo para los amigos, cosa que en parte es real, pero si todo esto es así, entonces ¿cuál es la idea de publicar? Creo que esas posiciones – a estas alturas – no engañan a nadie.

II
Muchos son los nombres que hoy comienzan a circular en el minúsculo círculo de lectores venezolano. Algunos están dispuestos en las principales librerías del país, otros – no sé si menos afortunados – aparecen una y otra vez en distintas revistas literarias impresas y virtuales. Lo cierto es que están donde antes no estaban.

Hoy podemos ver con satisfacción como se repiten en las librerías los nombres de Israel Centeno, Miguel Gomes, Roberto Echeto, Sonia Chocrón, Salvador Fleján, Norberto José Olivar, Karl Krispín, Alberto Barrera Tyszka, Fedosy Santaella, Eloi Yagüe, Gisela Kozak Rovero, Vivian Jiménez, María Ángeles Octavio, Ana García Julio. También descubrimos a través de Internet escritores de una calidad insospechada como Adriana Villanueva, Carlos Villarino, Jorge Gómez Jiménez, Iria Puyosa, entre otros.

Además de antólogos preocupados por dar fe de esa calidad literaria que vive el país. Antologías como De la Urbe para el Orbe y Quince que Cuentan (Ana Teresa Torres – Héctor Torres), Las Voces Secretas (Antonio López Ortega), 21 del XXI (Rubi Guerra), Tatuajes de Ciudad (SACVEN) entre otras, dan prueba de ello.

Desde mediados de los 90 han venido apareciendo obras de notable calidad literaria que demuestran que –como lo afirma Roberto Echeto – “la literatura venezolana no va detrás del camión de la basura”. Calidad, que si bien aún espera afilar la punta de la novela, tiene en el cuento su más alta definición. Afirma López Arteaga, “El cuento venezolano no sólo ha estado a la altura del notable crecimiento que este –bien o mal llamado- género menor ha obtenido en la América Latina del siglo XX, sino que ha sabido convivir muy bien con las corrientes o los nuevos cánones que el prodigioso influjo de la literatura occidental ha sabido promover”.

Una narrativa que ha sabido explotar su incuestionable ambientación urbana en medio de las contingencias de la contemporaneidad del siglo XXI. Sin ningún tipo de preocupaciones telúricas, mucho menos complejos hacia lo local, pero, curiosamente sin mostrar tampoco algún tipo de aversión hacia lo foráneo. Una narrativa que ha sabido rescatar del olvido el valor literario de lo anecdótico, además de sintonizarse con géneros narrativos poco explotados en la literatura nacional como la novela policíaca o novela negra y el erotismo. Unos narradores que, como afirma Barrera Linares, no tienen “los afanes de otros tiempos por ridiculizar nuestra propia narrativa anterior”. Además agrega que, en los narradores actuales “tampoco hay la erudición gratuita y mal digerida que caracterizó a algunos narradores del pasado reciente”.

Por si esto fuera poco, la nueva narrativa venezolana se ha encontrado con éxitos internacionales de gran importancia. La tradición literaria nacional sólo contaba con un premio internacional de incuestionable valor, el Premio Biblioteca Breve Seix Barral obtenida por Adriano González León y su País Portátil en pleno corazón del boom. La presencia internacional de autores venezolanos en premios y antologías cada vez es mayor. En 2006 Alberto Barrera Tyszka obtiene el Premio de Novela Herralde por su novela La Enfermedad, y un año después, Boris Izaguirre es finalista del Premio Planeta con Villa Diamante. Además de los importantes reconocimientos obtenidos internacionalmente por otros más jóvenes como Juan Carlos Méndez Guédez, Slavko Zupcic y Rodrigo Blanco Calderón, nos hacen creer que la narrativa venezolana comienza un proceso de afianzamiento dentro de la gran literatura hispanoamericana y, ¿por qué no decirlo?, en el mercado editorial.

III
Este año y en el marco de la VI Edición de la Feria del Libro UNICA, se congregarán en Maracaibo parte de esa camada de nuevos narradores. Alberto Barrera Tyszka, Antonio López Ortega, Oscar Marcano, José Irimia Barroso, Juan Carlos Sosa, Rodrigo Blanco Calderón, Leopoldo Tablante, Fedosy Santaella, Norberto José Olivar, Milton Quero y Héctor Torres reflexionarán sobre sus obras y este proceso en el que nos encontramos imbuidos. Reflexionarán acerca de sus experiencias como escritores y lectores haciendo un balance de cuánto se ha logrado y marcando el camino hacia dónde que quiere ir.

Finalmente quiero hacer mías para finalizar estas líneas, las palabras con las cuales culmina Roberto Echeto un ensayo que es fundamental para comprender el proceso de la nueva narrativa venezolana. Un ensayo llamado inmejorablemente La Literatura Venezolana no va Detrás del Camión de la Basura: ““Necesitamos inventar algo para que los que estamos interesados en la producción literaria en nuestro país no estemos solos. Necesitamos vernos, discutir, proponernos cosas imposibles...

Porque a nuestra literatura, señoras y señores, le hace falta eso: aspiración, aliento, ganas, bolas, deseos de superarse y de que la conozcan en muchos lugares y no sólo en nuestro pequeño y hundido país. Puede que me digan ingenuo por decir estas cosas, pero no me importa. Las grandes acciones comienzan así, como unos raptos de ingenuidad mezclada con algo que no sé definir muy bien, pero que supongo hecho con la misma materia de los sueños.

Ojalá que este momento luminoso de la literatura venezolana sea mejor y más largo que el que tuvo la Vinotinto hace unos meses... porque cuando aprendíamos a poner cara de ganadores, comenzamos a perder otra vez”.